La decisión de la Corte Suprema de los Estados
Unidos de declarar inconstitucional la ley que exceptuaba de beneficios legales
y tributarios a los matrimonios entre personas del mismo sexo otorga un gran impulso
a la legalización del llamado matrimonio igualitario.
Ello a su vez permitirá que, tarde o
temprano, en distintas legislaciones del mundo se posibilite el matrimonio
hasta ahora reservado a los heterosexuales, incluyendo a nosotros (ya se han
presentado distintos proyectos de ley en lo tocante a los efectos
patrimoniales); culminando así un proceso de reivindicación de derechos por
parte de las minorías sexuales que por lo menos lleva cincuenta años desde la
revolución contracultural de los años sesenta.
En los años sesenta era impensable que
se reclamase “el matrimonio gay”, dado que hubiese significado una aberración
al ambiente de libertad sexual respirado en aquellos años. La reivindicación
del matrimonio entre personas del mismo sexo vendrá mucho después y en cierta
manera representa la institucionalización de un grito de libertad o si se
quiere “el ingreso a sociedad” de las minorías que antaño reclamaban su
libertad sexual.
Precisamente la reivindicación de
distintas opciones sexuales nace en contraposición a lo establecido, es decir
el matrimonio y la familia tradicional. La opción de libertad sexual en sus
inicios busca minar y cuestionar las formas tradicionales que adquirió el
matrimonio y la familia a través de milenios y que encontró en el cristianismo
quizás la forma sacrosanta de legitimación más sólida desde el punto de vista
ideológico (la reproducción de la especie bendecida por la Iglesia ), lo cual pervivió
más allá de la etapa liberal de laicización del estado.
Desde ese punto de vista ni la familia
ni el matrimonio han muerto, más bien producto de una serie de factores
sociales y económicos se han adaptado instituciones diseñadas con otra
finalidad y para personas de géneros distintos; asumiendo las minorías
excluidas derechos y deberes propios de las mayorías.
Podemos decir que es la historia que
se repite como en otros reclamos ahora ya consolidados. Fue el caso de las
sufragistas de inicios del siglo XX que pedían derechos políticos para la mujer
o el reclamo por los derechos civiles de las minorías negras y latinas a
mediados del siglo pasado. Son procesos históricos por los que grupos
marginados van accediendo a los derechos de los que antaño se encontraban
excluidos y que solo los detentaba un grupo social, étnico o religioso.
Por eso ni la familia ni el matrimonio
como instituciones “han muerto” como sostienen los que se oponen al matrimonio
igualitario. Lo que debemos acostumbrarnos en los próximos años y décadas es a
tener por vecinos a una pareja del mismo sexo que lleva a sus hijos a la
escuela, que discute, que se pone de acuerdo, que vuelve a discutir, que se es
infiel mutuamente, que se divorcia o logra salvar su matrimonio. En fin, ni más
ni menos como cualquier otro ser humano.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es