sábado, diciembre 12, 2020

MATRIMONIOS IGUALITARIOS, ¿ES POSIBLE RECONOCERLOS EN NUESTRO ORDENAMIENTO JURÍDICO?

 

Por: Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Polémica ha causado el rechazo de la acción de amparo por reconocimiento ante el RENIEC del matrimonio igualitario celebrado en México por el economista y ex dirigente MHOL Oscar Ugarteche, y cuyo enlace solicitaba ser reconocido en Perú.

 

Una lectura, que ha circulado mayormente, es que la línea conservadora se impuso a la progresista en el Tribunal Constitucional.

 

Tengamos presente que más allá de los argumentos jurídicos supuestamente objetivos, en el TC, como en otras instituciones, prevalece la ideología o los intereses de los tribunos, metamorfoseados en argumentos aparentemente “objetivos”.

 

Todos tenemos una visión del mundo y de cómo este y sus instituciones deben ser, entre ellas, el matrimonio.

 

El matrimonio instituido por la Iglesia legitima y sacraliza la unión entre un hombre y una mujer con un fin biológico, la perpetuación de la especie y la legitimidad de los hijos nacidos dentro del matrimonio con derechos superiores a los nacidos fuera del mismo (el derecho al nombre del padre, la vocación hereditaria, la asistencia alimentaria); y también un fin político, la constitución de la familia como célula básica de la sociedad.

 

Esa visión política e ideológica del matrimonio va a subsistir por siglos, inspirando los matrimonios laicos y los códigos civiles que van apareciendo a lo largo del siglo XIX.

 

Nuestro Código Civil establece el matrimonio como la unión libre y voluntaria de un hombre con una mujer. En 1984, año de su promulgación, ni remotamente se insinuaba el matrimonio entre dos personas del mismo sexo. Existían en la realidad las uniones de hecho, del mismo o diferente sexo, pero el Derecho no las reconocía, ni les daba valor legal. Nuestro CC como otros, en materia de Familia, seguía el dictum de todo dentro del matrimonio, nada fuera de él.

 

A ello se debía sumar que el autor del Libro de Familia era el Dr. Héctor Cornejo Chávez, progresista en ideas políticas, pero acérrimo militante católico en cómo debe estar constituida una familia. Si se revisa bien el Libro de Familia originalmente promulgado (han existido ciertos cambios posteriores), fue concebido para regular a las familias nucleares (papá, mamá e hijos). Ni siquiera se reconocía a las familias ensambladas, tan comunes en el presente.

 

Y si bien el divorcio estaba reconocido, pero era casi imposible llevarlo a la práctica. El matrimonio era reconocido como algo eterno, para siempre y por siempre, y que la mano del hombre no debía alterarlo, muy en concordancia con las ideas católicas de ayer y de hoy.

 

En casi cuarenta años de vigencia de nuestro CC la realidad ha cambiado mucho. Tenemos ya no solo la familia nuclear, sino las ensambladas y aquellas constituidas por personas del mismo sexo, para no hablar de las familias donde solo existe un solo padre o madre como cabezas de hogar. Es urgente adecuar la legislación a estos nuevos tipos de familia y no al revés. Y de allí esa visión conservadora que exuda entre varios tribunos del TC que quizás en lo íntimo no concuerden con las nuevas formas familiares de hoy en día y los cambios que en la realidad ha tenido la institución.

 

¿Habría sido distinto de tener una mayoría progresista en el TC? Probablemente sí; pero se debe reconocer que algo de razón tienen los magistrados que votaron en contra del reconocimiento de los matrimonios igualitarios: nuestra legislación civil no los reconoce.

 

Claro, se dirá, no es un precepto constitucional, pero no olvidemos que nuestro Código Civil regula nuestras relaciones como privados y una interpretación extensiva de los derechos a favor de las minorías cambiaría el sentido de la norma y colisionaría con el orden jurídico interno de un estado.

 

Más adelante, en vía extensiva, se podría alterar la naturaleza de los contratos argumentando que, por ejemplo, colisionan con los derechos económicos o sociales reconocidos en la carta política; o reconocer en un futuro cercano un matrimonio poligámico, argumentando que es legítimo en los países árabes y es parte de una tradición multicultural que debe ser respetada. Utilizando una interpretación extensiva de los derechos fundamentales podríamos “constitucionalizarlo” todo lo que imaginamos, hasta lo más disparatado.

 

Con interpretaciones de esa naturaleza todas las normas inferiores a la carta política caerían en la guillotina del legicidio. Creo que no es la vía adecuada. Las minorías sexuales más que irse por la vía del Tribunal Constitucional, deberían hacer loby -en el buen sentido del término- en el Congreso para una reforma del artículo 234 del CC y se configure el matrimonio como la unión libre entre dos personas. 

 

Algo de ello hizo España, aunque todo comenzó por una decisión política y promesa electoral, cumplida cuando se llegó al poder. Los partidos principales tenían en su seno grupos sexuales minoritarios que presionaron para legalizar el matrimonio gay. Llegado el PSOE al gobierno, se modificó el articulado civil sin necesidad de modificar la carta política, legalizando los matrimonios entre personas del mismo sexo con los mismos derechos que los heterosexuales. Es una forma válida de hacer política y no hacerle tanto asco como sucede con ciertos colectivos de la sociedad civil.

 

Hay camino por delante. Quizás los grupos LGTB planteen ir al fuero extranacional, donde prima el “pensamiento progresista”, forzando a la vez el sistema jurídico interno, en vez de hacer política acá defendiendo sus derechos. Siempre es bueno tener una estrategia plural y no poner todas las esperanzas en una sola canasta.

 

jueves, julio 30, 2020

UN PEQUEÑO BROTE DE CIVILIZACIÓN.- MAX MAD 3: MÁS ALLÁ DE LA CÚPULA DEL TRUENO


Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107


El género distópico es el que trata sobre un futuro apocalíptico. Es un futuro de sobrevivencia de la especie humana. Películas clásicas del género son El planeta de los simios o la saga de Max Mad, el policía australiano que pierde la cordura por el asesinato de su familia.

Inicialmente compuesta de tres películas: Max Mad (1979), Max Mad 2, el guerrero de la carretera (1981) y Max Mad 3, más allá de la cúpula del trueno (1985). Treinta años después la saga se completó con una cuarta entrega, Max Mad, furia en el camino (2015). Nos interesa la tercera entrega y su contraposición con la cuarta.

Como muchas de las películas distópicas de la época, la civilización humana termina por una hecatombe nuclear. Los pocos seres humanos que quedaron vivos buscan energía para mover los vehículos, y agua y alimentos para sobrevivir. Lo que entendemos por orden público y justicia prácticamente han desaparecido, poblando los caminos pandillas que asolan los pueblos por donde pasan, robando, violando y matando. Prima la ley del más fuerte.

En ese contexto de falta de ley y orden, de una regresión al estado de naturaleza, en la tercera entrega emerge un pueblo, Bartertown, que lo podemos traducir como “El pueblo del trueque”. A falta de moneda oficial, prima el trueque y un mercado de ofertantes y demandantes. No importa la procedencia de los bienes, todo se puede cambiar allí. Sobresale el respeto al contrato y la sanción drástica para quien lo incumple. Tiene algunas leyes elementales, como la que zanja las diferencias entre las partes ingresando a la cúpula del trueno, donde el que sobrevive en el combate es el ganador (“entran dos, sale uno”).

Si bien Bartertown se acerca más a las leyes que gobernaban el wild west; hay que reconocer también que en ese yermo de ley en que se ha convertido el mundo, es una isla de orden y de reglas de juego claras. Los contratos deben respetarse, seguridad jurídica necesaria. En lo económico, el mercado permite interactuar la oferta y demanda de bienes, lo que a su vez mueve la economía. Y la ley, simbolizada en la cúpula del trueno, es el sometimiento a la justicia de las diferencias entre las partes. No es el paraíso, ni estamos en un rule of law, pero hay un orden y reglas que anuncian un brote civilizatorio.

En Bartertown existe una suerte de gobernadora, llamada “la tía que manda” (aunty entity), que fija las reglas. Y también un enano apoyado en un gigantón (llamados master-blaster, maestro y destrozador, por la dupla que hacen, uno como cerebro y el gigante como fuerza física). El enano posee el know-how, el conocimiento para convertir las heces del cerdo en gas metano, necesario para dar energía a la ciudad.

Existe una lucha por el poder entre la tía y el maestro. La tía no es una demócrata que digamos (concentra los tres poderes básicos en sus manos), pero deja hacer a la gente sus negocios en el marco de las reglas de juego impuestas (principio de predictibilidad). El enano desafía a la tía, es el que tiene el poder del conocimiento y busca ser obedecido por eso. No tiene la habilidad política de esta, pero busca su poder político.

En cambio en Max Mad, furia en el camino, la cuarta y hasta el momento última entrega, regresamos a formas de organización social más bien tribales. Existe un líder de la tribu llamado El inmortal Joe, de edad indefinida, que tiene la propiedad de las mujeres y a la vez hijas que le sirven de vehículos de placer y reproducción de la especie, y los hijos varones tenidos con ellas para su seguridad y ejército personal. Estamos en el contexto de la permisión de las relaciones incestuosas y de un régimen patriarcal de sojuzgación total de la mujer (incluso sus hijas usan un cinturón de castidad para no ser tocadas por sus hermanos). Ha desaparecido el tabú que prohíbe las relaciones sexuales entre parientes cercanos, que es la piedra angular de las civilizaciones, y se ha regresionado a formas tribales primitivas.

El control político del Inmortal Joe se produce por medio del agua, recurso escaso en el desierto y que se ofrece a cuentagotas a los que no son ni sus mujeres ni su ejército. También existe un discurso legitimador para llevar a los límites de la muerte a su ejército de hijos: aquellos que se comporten heroicamente ofrendando su vida, ingresarán al Valhalla, suerte de paraíso, donde estarán conduciendo un vehículo por toda la eternidad.

Si en Bartertown existían ciertos brotes de civilización, en la ciudadela donde gobierna el Inmortal Joe regresamos a la tribu. Pero a pesar de ello, y frente al patriarca, lo va a desafiar Furiosa, su lugarteniente, que roba a sus mujeres para liberarlas del cautiverio sexual a las que son sometidas. Es una liberación femenina en cierta manera, usando las herramientas del propio Joe: la fuerza y la astucia. La tía en cambio, es más política. Se comporta como una líder que tiene un proyecto y una visión a futuro que conlleva un pequeño brote de civilización.